Victorine vivió en Francia apenas terminada la Revolución
que había alterado profundamente la nación dejando consecuencias inevitables:
indiferentismo religioso, anticlericalismo, pobreza, niños abandonados,
disgregación en la sociedad ..., toda una gama de situaciones que la
interpelaron profundamente suscitando en ella la necesidad de “una inmensa
reparación”.
Reparar, reconciliar a los hombres consigo mismos,
con Dios, entre ellos, reconstruir la unidad en el amor, servir a los hermanos,
particularmente aquellos disgregados por el pecado, la marginación, la pobreza,
fueron los grandes valores por los cuales empeñó toda su existencia.
Dificultades, incomprensiones, desengaños, contrariedades se
cruzaron continuamente en su camino, pero Victorine no se rindió.
Llevaba en el corazón un gran ideal: “trabajar con Jesús Redentor y María
Reconciliadora por la salvación del mundo”.
La Eucaristía era el centro de su vida: punto constante de
referencia que daba sentido a su ideal, el sacramento del amor de Dios que
restablece la unidad en todo lo que está quebrado, herido, roto. De la
celebración y adoración de este gran misterio ella tomaba la fuerza para vivir
su misión en la Iglesia y en el mundo: con Cristo Redentor, por Él y en Él la
humanidad entera es reconducida al Padre en la fuerza del Espíritu y así es
introducida en la Comunión Trinitaria, Misterio insondable de Amor.
Hoy la Congregación de las Religiosas de Jesús Redentor vive
la misión de reparación y reconciliación:
- poniendo como centro propulsor la Eucaristía, fuente y culmen de toda vida cristiana;
- dedicándose particularmente a los hermanos disgregados por el pecado, la marginación, la pobreza, para reconstruir su humanidad en Cristo.
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